Había una vez una mujer pobre que tuvo un hermoso hijo. La mujer no tenía dinero y tuvo que dar en adopción al cariñoso y precioso niño.
La chica que lo adoptó se estaba por casar. Lo llamó Tomás.
Años después, cuando el niño tenía 7 años, ella lo llamó Tomás había ido a una exploración en el bosque con sus compañeros y su maestra. En la exploración él tropezó y cayó en un enorme agujero. Trato de trepar unas cuantas veces pero no pudo. Se acordó de que tenía una soga en la mochila pero era muy corta. Empezó a pedir ayuda pero nadie contestaba. El agujero tenía muchas entradas. Entró en una de ellas. A lo lejos se escuchaban gritos. Se dirigió hacia ellos. Gritaban porque la entrada estaba cubierta de rocas. El niño sacó una y vio que salían rápidamente. Entonces se apresuró. Eran los gritos de unos humanos. Al momento se desmayó. Cuando despertó vio a unos hombres vestidos de naranja y les preguntó quiénes eran y donde estaba su mamá. Le dijeron que él destapó la entrada y se desmayó. Al rato se dio cuenta que habían rubíes y zafiros en la paredes ¡Era una mina!
Dijo que cuando regresara iba a llevar montones de piedras preciosas a su mamá y a su joyería. Le dijeron que estaban atrapados. Indicó que había sacado todas las rocas de la entrada pero respondieron que cuando se desmayó hubo un temblor y se derrumbaron montones de rocas. Entonces, Tomás empezó a sacar rocas. Pero eran muchas más que las de antes. Parecía que todo el túnel estaba repleto de rocas. Los mineros tenían dinamitas y con ellas pensaban hacer explotar las rocas del túnel. Tenían con qué encenderlas pero el sitio era húmedo, había agua cerca y podían provocar una inundación en la mina y perderían las piedras preciosas y sus vidas. Horas después, Tomás comenzó a tocar la pared y estaba todavía blanda. ¡Había más entradas cerca, con túneles de salida! Entre los mineros y Tomás agarraron palas y empezaron a sacar tierra, pero tocaron rocas. Un día después, Tomás tuvo una muy buena idea. Se las contó a sus amigos los mineros y ellos la aceptaron. Era hacer un túnel circular por debajo de las rocas y unirlo después. Tardaron tres días en hacer medio túnel pero se toparon con rocas. Tomás se puso triste y se fue a dormir.
Al otro día, se levantó y no podía respirar bien. Parecía que se acababa el oxígeno. Fue a la entrada cubierta de rocas, sacó una y toda la montaña de rocas entró en el medio túnel de su idea. Despertó a sus amigos mineros y les dijo que podían salir de la mina. ¡Todos gritaron de alegría y se abrazaron! Fueron corriendo lo más rápido que pudieron, sacaron todas sus sogas, las unieron y en la punta colocaron una estaca. Uno de los mineros la lanzó y la clavó en la tierra dura de la superficie. Salieron todos, pero cuando estaban sacando a Tomás la soga se cortó y él quedó en el túnel. A Juan, uno de los mineros, le quedaba una soga en la mochila y la lanzó. Cundo Tomás iba por la mitad de la soga recordó de que su mochila había quedado dentro de la mina. Se tiró otra vez por soga y regresó a buscarla. Juan se tiró a ayudarlo. La mochila había quedado bajo piedras. Tomás tiró de ella y la sacó, pera la mina se volvía a derrumbar. El valiente Juan entró a la mina, empujó a Tomás fuera y él quedó de la cintura a la cabeza fuera de la mina pero de la cintura a los pies cubierto de rocas.
El túnel se iba a llenar de rocas. Tomás lo ayudaba a salir pero Juan le dijo que salga de la mina. Tomás se fue corriendo dejando a Juan salir solo de la mina. Cuando subió Tomás, los mineros le preguntaron dónde estaba Juan. Él les cuenta lo ocurrido. Todos se pusieron tristes y siguieron camino. Ese día no quisieron comer. Tomás trató de levantarles el ánimo pero no hubo caso: lo que pasó fue muy triste. Cuando estaban llegando a la ciudad uno de los mineros dijo:
-Volvamos a buscar a Juan a la mina.
Nadie apoyó la idea del minero porque no querían ver el cuerpo sin vida de Juan.
Pero Tomás dijo:
-Capaz sigue con vida. Y su casco lo llevaba puesto.
Todos respondieron que no era posible. Pero al fin decidieron volver a buscarlo. Cuando regresaron, hallaron un enorme agujero donde solo cabía una persona. Tomás se ofreció a entrar y como nadie más quería, él entró. Al ingresar recordó que ahí era donde estaba Juan porque habían dos estacas en el suelo con las que Tomás lo ayudaba a salir. Entonces Tomás y los mineros se hicieron la idea de que Juan seguía con vida y que con las estacas subió a la superficie. Ellos empezaron a buscar en esa zona.
Nadie encontró ni rastros ni nada de él. En una parte de la zona, donde nadie había buscado, había muchísimas plantas. Tomás fue y movió a un lado todas las plantas. Vio la ropa de Juan medio rota. Parecía que un oso lo había atacado. Cuando iba a agarrar vio que un feroz puma cuidando el lugar. Entre todos trataron de atarle las patas pero no se dejó. Volvieron detrás de las plantas e hicieron un maravilloso plan: distraer al puma y otros por detrás le agarraban el cuello. Cuando estaban por hacerlo, Juan apareció vestido con hojas y las hojas atadas con trozos del traje porque hacía mucho calor. Les dijo que no ataquen. Se le acercaron y se dieron un abrazo muy pero muy alegre y bien fuerte.
Poco después del abrazo Juan llamó a su manada de pumas para que los lleven a la ciudad. Cuando llegaron había muchísimos reporteros con los mineros. Tomás se estaba por ir a su casa, Juan gritó bien fuerte y señalándolo “Él fue el que nos salvó”. Tomás se puso feliz.
Escrito e ilustrado por Matías Lorenc